El perseverante hijo de Poás de Alajuela

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Desde hace tres semanas los días empiezan más temprano para Víctor Emilio Ortiz. El sol todavía no se asoma y el atleta- alto, de piel morena, pelo negro y ojos café- a las 3 a.m. ya está en pie, pues lo espera una fuerte sesión de entrenamiento y luego el trabajo.

Sin pensarlo mucho se pone las tenis y sale a entrenar. A esa hora el silencio es total en San Juan Norte de Poás de Alajuela, algo que no varía mucho conforme avanza el día.

El aire puro que se respira en su pueblo es el mejor combustible para este corredor de 20 años. Levantarse cada día y saber que puede entrenar es su mejor aliciente. “No imagino que sería de mí sin poder entrenar, lo hago todos los días, es mi gran pasión”.

Al paso de su trote, las miles de luces de la ciudad que se ven a lo lejos se empiezan a apagar y dan paso a un cielo resplandeciente.

La capital se puede apreciar desde su humilde casa, a casi 2.000 metros sobre el nivel del mar. “Allá está el Estadio Nacional”, señala. Inmediatamente empiezan los recuerdos.

Y es que fue ahí donde empezó a dar sus primeros pasos en el atletismo. Después de practicar triatlón, su pasión desde niño, decidió hacerle caso a su padrastro, Mario Ávila, quien le insistía en que se enfocara en esta otra disciplina, donde sí la iba a ‘pegar’. Y así fue.

En menos de un año, con casi 16 años, logró clasificar al Campeonato Centroamericano de Atletismo (2011) en una de sus primeras competencias en 800 metros. Días después, consiguió la marca para asistir al Mundial de Atletismo Juvenil en Francia. “Yo ni siquiera sabía qué era eso, tampoco entendía nada de marcas. Aquí en el pueblo se veía el atletismo como simplemente correr, sin ninguna ciencia”.

En ese momento empezaron a llegar las experiencias más bonitas que ha vivido en su vida. De todos los recuerdos, lo que más llena su corazón es lo que ha hecho su familia y su comunidad porque él pudiera destacar y cumplir sus sueños.

“Mi padrastro siempre ha trabajado como soldador y mi mamá (Ileana Ortiz) toda la vida ha sido muy trabajadora, ha hecho de todo. Ahorita trabaja como cocinera en una escuela. Jamás olvido el esfuerzo que hacían para poder comprarme un par de tenis”, dice agradecido, pero más aún conmovido.

Tampoco borra de su mente cuando los vecinos organizaron una venta de comidas para poder pagarle el pasaje al Mundial. Esto se repitió muchas veces más, para ayudarlo a costear los gastos que demanda este deporte.

“Saber que mucha gente a veces no tenía ni para comer y aun así ayudaba es algo invaluable”.

Todo esto hizo de Víctor Emilio un joven agradecido, generoso, trabajador, leal y esforzado, pero sobre todo, una persona que quiere ganarse todo en la vida “no quiero que me den las cosas en las manos”.

Por eso ahora trabaja con Erick Lonis realizando tareas de mantenimiento en la finca del exfutbolista, ahí mismo, en San Juan Norte.

Sus jornadas laborales inician, por lo general, a las 6 a.m. y se extienden hasta las 3 p.m. Después, toca entrenar de nuevo.

Siempre entrena por su casa y una vez a la semana viaja a San José para trabajar con sus compañeros de Coopenae. Ese día también se levanta temprano, pues para llegar a la capital demora unas tres horas. De su casa al centro de Poás de Alajuela no hay servicio de bus, por lo que debe caminar una hora.

Víctor sabe que los sacrificios tienen su recompensa, y parece que a él ya le está llegando. Dice que se siente en el mejor momento de su vida y de su corta carrera deportiva. Apenas tiene 20 años, apenas empieza a labrar su futuro, pero lleva muy buenas bases.

Desde que ingresó hace dos años en el programa de talentos Coopenae-Hypoxic su mentalidad ha cambiado. Ahora siente que con trabajo, perseverancia y empeño cualquier cosa se puede lograr, por eso sueña con ir a la universidad. Esta es su meta más próxima.

Esa madurez que ha ido alcanzando también lo ha hecho ver la responsabilidad que ahora tiene. “Debo ser un ejemplo para los demás, quiero ayudar a otros a que también tengan una oportunidad en el deporte”. Para él, esto es una deuda pendiente.

Su dedicación los siete días de la semana tiene un gran propósito: estar en unos Juegos Olímpicos. “Ese es mi norte, para allá voy sin importar lo que cueste”, finaliza el sonriente y valiente joven.

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