Gerardo Lizano: “Por unos numeritos más”

Luego de intentos insistentes para que le acompañara y muchas negativas de mi parte, mi esposa hizo quizá su último intento y me volvió a invitar a correr con ella.   Eran dos vueltas y media a La Sabana, un sábado en la mañana, y el tedio de años acumulando kilómetros en la bicicleta llegaron a lanzarme a un sí inesperado. 

Una vida entera justificando lo que no me gustaba de correr, de un pronto a otro, llevó a una voluntaria e inesperada aceptación de aquello que rehuí por muchísimos años.   Así fue como inició una historia que apenas tiene un poco mas de cinco años de haber iniciado.  Inicié corriendo detrás de mi esposa, aspecto que quizá pudiera tener una connotación romántica, pero es una realidad que no da espacio para mayores interpretaciones.  Así fue.  Aquel primer sábado dio paso a un segundo y un tercero, para luego incluir un día entre semana y luego dos.   Siempre iniciaba mi ruta con los dolores reales y ficticios de los primeros kilómetros, era el cuerpo acostumbrándose a algo nuevo y la mente buscando la justificación para detenerse.  Pero la terquedad y el perseguir a Paulina, dieron paso a que ya no había tantos dolores, y los pequeños retos se fueron logrando, y correr entró en mi vida y se quedó.

Desde los ocho años que practico algún deporte, fútbol fue el primero y presente por muchos años.  Luego se combinó con basquetbol, ambos estuvieron presentes hasta ya adulto.  Luego dejaron de ser respuesta.  Quizá porque las rodillas y los tobillos sufrían demasiado.   Siempre apegado a deportes colectivos, ya que en ellos encontraba como saciar mi espíritu competitivo, compartir la experiencia y mi gusto por el esfuerzo físico.  Eso dio paso al ciclismo de montaña, en el cual competí muy poco, pero acumulé muchas rutas espectaculares hasta que perdí mi grupo de salidas.   Así pasé a la bicicleta de ruta, donde acumulé muchísima distancia, pero nunca competí.  Siempre solo, salía a mi conveniencia y a la ruta que me trazaba.  Los objetivos eran duros y ambiciosos, pero no tenían mayor sentido, más allá de contribuir a mi salud.

Es en la salud donde encuentro la clave y da sentido a por que corro. Quizá suene trillado y lógico, pero cada persona es un mundo, así que comparto algo del mío.   Por esas cosas de la vida, y para ser fiel a la terquedad, me casé en el momento correcto y con la persona correcta.  Aunque eso significara casarme, bajo los estándares nuestros, ya viejo.  Junto a Paulina, teníamos la convicción de hacer crecer la familia pronto, así que quince meses después de casados apareció nuestra hija mayor.  Cuando ves aquella carita, aquellos ojos y se alza esa personita, todo cambia.  Para mi era claro, tenía que buscar como aumentar las probabilidades de ser parte de esa nueva vida por muchos años.  Si bien es algo que no puedo controlar, puedo aumentar esas probabilidades, siendo una de las formas, cuidando de mi salud, y una de las rutas para hacerlo era seguir haciendo ejercicio y actividad física.  Mi interés en velar por mi longevidad solo creció cuando nació mi segunda hija.  El reto estaba sellado en mi paternidad y en mi matrimonio; para disfrutar de ambas condiciones por mucho tiempo, debo hacer varias cosas, una de ellas era precisamente seguir haciendo mucho ejercicio. 

Corrí por meses hasta que me animé a correr mi primera carrera.  Ya para ese momento, Paulina no corría conmigo.  Ella se lesionó y luego de eso no había podido retomar sino hasta recientemente.   A ella le gusta mucho y es algo que disfrutamos hacer juntos.   Yo seguí y me animé a cerrar el 2014 con mis primeros 10 km.  Con duración de un poco más de una hora, logré dejar en el registro de la San Silvestre mi tiempo con el nombre de un amigo que me dio su inscripción.   Al final de la carrera, me esperaban mis tres motivaciones, mis tres mujeres.  Así que satisfecho y lesionado, inicié el 2015 con una consigna; si quiero hacer esto que me gusta tanto y contribuye con un objetivo de vida, lo voy a aprender a hacer con alguien que me enseñe.  Por recomendación de otros muchos, inicié a entrenar con Hypoxics, los miércoles en las frías madrugadas de La Sabana.  Aun recuerdo como ir cruzando el parque al punto de encuentro, un poco al norte de la pista azul, aun de noche, un poco ventoso y bastante frío, sentí la adrenalina incrementar al ver la cantidad de gente que llegaba o ya estaba entrenando.  Fue como ingresar a un mundo paralelo, del cual no he salido. 

Siguiendo instrucciones y al pie de la letra los programas de Fabián y luego Jorge, ahí fui mejorando lentamente.  Me fui inscribiendo en carreras y acumulando kilómetros, con el reto siempre de mejorar un poco en sensaciones y como todos, el pace.  Siempre escuchaba a los otros que llegaban a La Sabana sobre la maratón para la que se preparaban.  Por mucho tiempo fui el único que no tenía una meta clara.  Lo mío era correr, disfrutar y bueno, una maratón no era algo claro para mi.  Las metas eran bajar o mejorar las pruebas de control en los entrenamientos y dominar la media maratón.  Aun recuerdo cuando bajé de las dos horas en los 21 km, no por segundos, sino que por seis minutos.   Esa sensación fue espectacular, más que en la ruta y al final, nuevamente estaban mis tres motivaciones.  Pero la maratón no aparecía en mis metas, hasta que Miguel, mi buen amigo, con quien comparto una estrecha amistad y prácticamente la misma edad, me dice; “vamos a celebrar los 50 años con una maratón, y vamos a Berlín”.  Mi respuesta fue inmediata, la negativa fue contundente.   Pero ya Miguel había hecho el daño, sembró una semilla que germinó unos meses después cuando ante la constante pregunta de cómo quería celebrar los 50 y las circunstancias de mi vida, me llevaron a la necesidad de asumir un gran reto y el mismo fue celebrar el hito de completar la quinta década con una maratón, y Nueva York sería el destino.  Lo único malo de eso fue que quien me metió la idea en la cabeza, se había lesionado y había dejado el plan de lado. 

El entrenar y correr adquirieron un sentido diferente, hacer las carreras de 10 km, 15 km o 21 km, eran retos que me preparaban para algo mayor.  Como se aprende de uno en este proceso.  Disciplina y resiliencia, sobre como comer, como descansar, como parar cuando hay un dolor, como combinar la preparación con una vida laboral y familiar, y como disfrutar de lo que cuesta.

Fui a Nueva York, el siguiente año a Chicago y recientemente a Washington D.C.  En medio de estos grandes retos, me he encontrado con muchísimo más que mi objetivo inicial y que se mantiene intacto.  Sigo contribuyendo a tener más números de la rifa de la longevidad, y así ser parte de la vida de mis hijas y mi esposa por mucho tiempo.  Pero correr me ha enfrentado y llevado a la vivencia intensa de muchos otros premios en el camino y no hablo de trofeos materiales, ya que este modelo ’67, corre como un camioncito diésel de ese año, va a su paso, pero llega.  Los trofeos son personales y colectivos.  

Poner a prueba mis capacidades me ha enseñado de mi fortaleza mental, física y espiritual.  Quizá la imagen viva, la tengo al cruzar la meta en Nueva York y luego de muchos kilómetros de calambres por deshidratación, romper en un llanto incontrolable de emoción al ver una película pasar por mi mente, que me mostraba todo lo vivido a solo 17 días de llegar a los 50.  Levanté y guardo un importante trofeo representado en el mensaje que le doy a mis hijas que se resume en que el trabajo arduo y la disciplina traen frutos.  Tengo los trofeos de compartir esto con amigos de la vida, de muchos años, que compartimos el mismo gusto.  Los trofeos de imágenes de las personas que entrenan conmigo y que nos apoyamos mutuamente.  Darle rienda suelta a mi competitividad, al competir conmigo, para mejorar y vencer obstáculos.  El trofeo de cambiar la competitividad contra otros por la solidaridad y apoyo para que todos alcancemos los que buscamos: la satisfacción de la meta.  El trofeo de conocer personas maravillosas o reencontrarme con otras que han venido a ampliar mi ya sólido baúl de amistades. 

En la feria de la maratón de Washington me encontré una camiseta que leía este texto “Run with a Purpose, finish with Pride” (Corre con un propósito, termina con orgullo).  Paulina me dice ese día, “apenas para ti, que siempre corres con un propósito” (en “tu”, ya que como chilena no va a adoptar el “vos”).  Muy cierto, los grandes retos en mi vida siempre los he afrontado con un propósito claro.  Ese propósito responde a la pregunta “¿por qué corrés?”, la respuesta es amplia, pero en un corto viaje en ascensor respondería, “para tener más numeritos de la rifa”.  Esto nunca ha cerrado una conversación, más bien es la que abre una más amplia y enriquecedora.  Sin duda el tiempo dirá si logro mi objetivo, por mientras y mientras pueda, sigo corriendo y disfrutando tantos otros premios y metas que han llegado por medio de esto que me gusta tanto; correr.  Lo que voy acumulando, no solo lo guardo con cariño, sino que con orgullo y con la esperanza de ganarme mucho tiempo. 

Los comentarios están cerrados.